Rompe la noche
un incienso
que se pasó la vida
buscando un lugar donde humear.
Y es que un lugar donde arder
o flotar junto a almitas sensible
resulta parecido alguno días.
Prefiero la borrachera
de las calles zigzagueantes
que se desnudan suavemente
jugando a ser prostitutas con una media corrida.
O siéndolo realmente, con la boca pintada de brea
y el cuerpo lubricado por el sudor de las motos.
Las colillas de cigarrillo no son más que marcas,
rastros de un pasado algo masoquista, algo país.
Prefiero las hojas de los libros
cuando la letra se ve doble
no por acción de mis ojos
sino por la rebeldía abecedarica
y la flexibilidad del blanco,
que siempre dejando ser,
que siempre sirviendo de apoyo
de plataforma, para disparar algo al mundo.
Prefiero entonces apuntar mis letras
hacia las venas de las calles o de las canaletas,
Y no hacia las tuyas, tan llenas de perdones hipócritas.
Prefiero entonces perder el alma en el viento,
y no entre tus piernas que se olvidaron de jugar,
que se mancharon de crecimiento, de edades,
de semen de jefe hijo de puta.
Habías prometido no cambiar,
habías jurado que ese cigarrillo entre tus dedos
sería la eternidad
Que el río frente a tus ojos sería tu sangre algún día.
Habías jurado,
Habías reído,
Sobre todo eso,
Habías reído.
domingo, noviembre 26, 2006
jueves, noviembre 02, 2006
condicion particular
Cadáver somnoliento desandando la descalza tarde
de a pasitos pequeños,
forzados, sufridos.
Cargando ataúdes ajenos
sobre hombros que se niegan
a perecer por el solo hecho
del qué dirán.
Y ellos siempre están ahí,
esperando que mis rodillas
toquen el suelo,
para mirarme y decirme:
“te lo habíamos advertido …”
y el humo era una flor
formándose
y evaporándose,
convaleciendo ante su propia verdad,
ante el saberse una estela
un aviso,
una nueva vida efímera
que solo se suma al resto para armar el conjunto …
¡Que lástima que nunca lo supiera!
¡Que no lo hubiera advertido!
Quizás si hubiera sabido de su condición particular
el final hubiera sido distinto,
o igual
pero más triste
de a pasitos pequeños,
forzados, sufridos.
Cargando ataúdes ajenos
sobre hombros que se niegan
a perecer por el solo hecho
del qué dirán.
Y ellos siempre están ahí,
esperando que mis rodillas
toquen el suelo,
para mirarme y decirme:
“te lo habíamos advertido …”
y el humo era una flor
formándose
y evaporándose,
convaleciendo ante su propia verdad,
ante el saberse una estela
un aviso,
una nueva vida efímera
que solo se suma al resto para armar el conjunto …
¡Que lástima que nunca lo supiera!
¡Que no lo hubiera advertido!
Quizás si hubiera sabido de su condición particular
el final hubiera sido distinto,
o igual
pero más triste
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