sábado, abril 25, 2009

Ciudad

Baldío. Una mujer rota juega con ropa mustia. Una vieja desmenuza sobre una madera su propia virginidad, y la de su vecina de café, para prepararle un plato gourmet a su nieta de pollera tableada. Y la nieta se mete el dedo en la nariz hurgando en las memorias de quince años, a ver si puede hacer salir por la oreja el recuerdo del sábado pasado en el baño de la matinee. No es hipocresía, es casi una forma de caridad. El ocultar los fluidos más allá, lejos de la epidermis, se asemeja demasiado a una caricia de lástima.
Rascacielo. Un suicida se escribe una carta a sí mismo para explicarse los motivos para seguir viviendo y se la traga empujando con los dedos sucios. Una pareja de recién casados fuma mirándose en el espejo, esperando que alguno confiese algo que rompa la monotonía. No es hipocresía, es como ponerle un celofán al alma, casi como empapelar los órganos con material ignífugo.
Café. Un adolescente subraya la palabra ciudad y enhebra personajes queribles. No es hipocresía, es como matar el tiempo, casi como olvidarse que afuera lo espera un ejército de cadáveresrenault ansiosos por cenarse sus entrañas.

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