Tendría diez u once años.
Me metí profundo
-ya la misma obsesión
con el mar- y me hacías
señas desde la orilla.
Miraba hacia vos,
hacia afuera,
y no te veía
-ya la misma miopía-
Cuando salí, estabas enojado.
Tras la explicación, reíste
y pediste perdón.
Ahora de nuevo, parecés
estar haciéndome señas,
señas que no veo,
aún con anteojos.
Señas que se desvanecen
al segundo en tu desdén
y se renuevan esperanzadas,
tartamudas, tanteadas.
Miro hacia vos, hacia adentro
y no puedo descifrarlas.
Cuando me acerco,
estás desconcertado.
Luego reís, perdonándome.