jueves, agosto 03, 2006

En contra

(Aca la nueva versión de un viejo cuento. Para los que no la leyeron es la única pero para los q ya lo leyeron tiene unos pequeños cambios y le agruegue una partecita) Es un poco extenso pero con un poco de ganas se llega al final...

Dijiste adiós a dioses inventados, prendiste la otra mitad del cigarrillo que habías apagado hace años pero aún perduraba en el cenicero (caían las cenizas pero éste parecía pegado a la madera), y te largaste a navegar aferrada a la colilla... a la colilla de una comedia que no viste, un poco porque a vos te gustaban los dramas y otro poco por el precio de la entrada.
Te largaste a navegar... y navegaste catarata arriba como era de esperar. Estaba escrito en vos, estabas contra todo, si decían blanco para vos era verde oscuro, si decían verde oscuro para vos era amarillo patito, y así... así te contradecías, ese era tu encanto. Te gustaba tanto llevarle la contra a todo y a todos, que estabas contra vos misma y te suicidabas cada mañana con pastillas de almendra y chocolate, esa era tu pequeña y verdadera comedia. Por eso no te gustaban las comedias, porque estabas en contra de los espejos. Aunque en realidad tampoco te gustaban los dramas, porque estabas en contra del otro que hay en uno, tanto que alguna vez lo quisiste arrancar de adentro tuyo con una pincita de depilar pero no pudiste porque faltaba cera y vos estabas en contra de la cera, un poco porque dolía y otro poco porque era demasiado verde y opacaba a los árboles que eran los verdaderos verdes.
Los árboles te gustaban hasta que te enganchaste el pie con la raíz de un alerce y casi te boxeas con un palo borracho, suerte para él que pudo salir corriendo y vos no porque tenías las raíces demasiado enterradas en la tierra. También estabas en contra de la tierra porque la habitaban gusanos que se te subían al tronco y te molestaban, tampoco te gustaban los pájaros porque te jodían entre las hojas y porque eran, en cierta forma, más libres que la mayoría, si a eso se le puede llamar libertad, me lo dijiste, ellos también están presos de la muerte...la muerte, era una de las pocas cosas a las que no le llevabas la contra, primero porque, aunque te gustaban los invencibles, ésta era demasiado, lo sabías, todos nacemos muertos, y segundo porque ya habías dicho adiós a los dioses inventados, y ya habías pintado a Adán y Eva comiendo sandía y tomando vino en el desierto (una obra ma-ra-vi-llo-sa) y no te gustaban los premios consuelo.
Tal vez esta resignación ante la muerte era lo que te había llevado a vivir así, yendo contra todo, buscándole un sentido o un no-sentido a la vida, cosas que te abrumaban por igual.
Iciste cosas orribles porque estabas en contra del silencio. Sí, del silencio, por eso salías a gritar a viva voz en medio de la calle a las tres de la mañana. Pero también estabas en contra del ruido, por eso te acías callar a sopapos.
Esa eras vos, una contradicción, un sí y un no mezclándose en el espacio etéreo, un cartel luminoso en la noche oscura pero con las lamparitas apagadas porque estabas en contra de la luz. Eras tu espejo, tu doble, tu contracara, tu costado, eras vos y no eras nadie. Y eso era lo hermoso... eras nadie, un soplo, una ola, una nube, eras nadie pero eras todo, un poco de todo. Eras semánticamente ambigua y vaga, y sintácticamente amorfa. Pero a vos te importaban un carajo la semántica y la sintáxis y cuando te lo dije me respondiste que no mintiera porque yo sabía muy bien que no eras vaga y bien estabas formadita que. Estabas bien formada, es verdad, pero mal informada y todavía estabas en contra del feudalismo que habían tratado de enseñarte en historia y que te negabas a aprender, contradiciendo a la profesora, diciéndole que estos señores no habían existido, y queriendo armar una revolución no sé muy bien si contra los señores feudales de los libros o contra los profesores de historia y los libros. Pero estabas en contra de las revoluciones, entonces se cayó la idea en otro de esos pozos de donde las rescatan después los arqueólogos posmodernos. Pero vos estabas en contra de los arqueólogos porque sentías que invadían el pasado, que lo profanaban, y en lugar de construirlo lo destruían. Estabas en contra de los arqueólogos y también de los pozos, por eso tapaste la revolución con tierra, para que no estuviera en un pozo y para que los arqueólogos no la encontraran, e hicieran mierda tan bella y utópica idea. Las utopías... vos no estabas en contra de las utopías, o en realidad sí, porque estabas en contra de vos misma y vos eras simplemente una compleja utopía hecha carne, una idealista de ideas contradictorias, una coleccionista de peleas, una botella flotando en el mar con un papel en blanco adentro, pero con el corcho un poco flojo para que cada uno pudiera escribir lo que quisiera pero siempre se borrase, como vos, como tu imagen de princesa del baile de las cavernas, con el vestido desgarrado y los ojos tristes y perdidos que se desvanecían segundos después de mirarlos. Eras la perla desconchada de la catarata.
Fue una lástima que no nos hayamos podido cruzar, era imposible, íbamos viajando en la misma dirección, y vos estabas en contra de los cambios. Yo no, pero aunque hubiera cambiado de dirección no habría servido para nada, porque había salido más tarde y siempre te había mirado desde abajo.
Y así seguimos por unos cuantos años, esquivando las piedras y los peces que nos llovían, o nos tiraban desde arriba. No supe más de vos, un pajarraco gigante me pescó por la camisa y me llevó volando hasta arrojarme en un lago.Después de eso dejé de envidiar a los pájaros (me dio miedo volar a tanta altura) y también a Moisés (si a mi me parecieron eternos cinco minutos en el agua no me quiero imaginar a él).
En cuanto a vos, ni siquiera te diste vuelta para saludarme. Te entiendo, te tendrías que haber soltado de la colilla del cigarrillo cómico-cósmico y vos estabas en contra de los naufragios, y sobre todo, de las despedidas.
Recién volví a encontrarte hace unos años, me acuerdo perfectamente, ibas caminando por la peatonal con una aire de superioridad que desconocía totalmente, sostenías un cigarrillo en la mano derecha sin la menor gracia... justo en esa mano, esa mano que era una vida y era el abrigo y la intemperie, la intemperie de saberse desvestido con el mínimo roce... ese mínimo roce que a veces podía ser de labios y rasgar las camisas o de pómulos y cocerlas con tan solo espirar el humo por la nariz. Me acuerdo que te seguí como diez cuadras, frenando detrás de vos en cada vidriera de cada zapatería, por miedo a pasarte, a dejar de ver esa espalda que era como el campo, pero que ahora, a pesar de mantener esa forma de pureza sobrenatural, habia adquirido otra manera de arquearse, otro compás, había perdido ese desdén casi cósmico de vidas anteriores.
Cuando llegamos a aquella avenida ancha donde está el monumento, recién ahí, pude vencer el miedo a abandonar la dulce visión y ponerme al lado tuyo.
Caminamos dos cuadras más en silencio. Vos te acordabas de mi, estaba seguro, después de todo no habían pasado más de diez años. Dije hola, no se porqué pero dije hola, y vos dijiste hola también, y tu voz no era la misma, en algún punto del camino había abandonado aquel timbre, ese color a través del cual brotaban contradicciones de las más diversas formas y colores, pececitos amarillo, redes azules, pescadores negros, tiburones fucsia, y así. Ahora parecía más bien una voz acartonada de secretaria y café a las 5 de la tarde en el consultorio de un médico que está operando y no-pude-atender-a-nadie. Dije cómo andas, de nuevo sin saber porqué, y antes que me contestaras, saqué, con toda la naturalidad que la situación me permitía, dos cigarrillos, y te convidé, y te di fuego, y te invité a tomar un café con las poca monedas que me quedaban, y charlamos, o no, y yo miré, no charlé, miré, y me invitaste a comer a tu casa, quizás más por lástima que por otra cosa, y yo dije que sí, más porque tenía hambre que por otra cosa, y me llevaste en el auto, y resulta que vivías en Palermo, y que lo que mis ojos u oídos habían creído percibir pero se negaban a aceptar rotundamente se confirmó durante esa cena...
Estabas distinta, más calmada, tenías una sirvienta, unos cuantos hijitos rubios y bien vestidos, un tipo que no te pegaba ni tomaba vodka todo el día, un perro, un labrador hermoso, uno de esos a los que antes le llevabas la contra, un vestido largo y rosa, un rosal, un rosario, una casa con pileta y diario por la mañana, comidas con señores de traje que se masturbaban ante la imagen de un billete de cien pesos y que se acostaban con vos y tu collar de perlas de tanto en tanto, un marido que se dedicaba a lastimar putas en los burdeles del puerto los sábados a la noche hundiendo su nariz en el olor excitante de la sangre y en su propia mierda, y un lindo auto grande y negro.
Seguías siendo muchas pero habías aprendido semántica y sintáxis, y otras cosas que no importan ya, como aspirarte una línea, pero cada tanto y en ocasiones especiales (cumpleaños de la hijita menor, la más rubiecita, pura y malcriada por la sirvienta de dos con cincuenta la hora, ¡esta mina no sabe hacer nada!, cama adentro y encamada adentro, un poco con vos y otro con tu marido).
Vos sabías que yo era así, y que no me iba a poder resistir, pero no te importó, igual esperaste hasta que hice lo que hice, y sí, qué otra cosa iba a hacer yo, más que pararme frente a tu nueva imagen y decirte que estaba en contra tuyo. Obviamente me echaste a patadas en el culo con tu zapato puntiagudo diseñador sádico último modelo con punta de acero inoxidable. Habías cambiado, se notaba. Según vos estabas mejor.

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