Salvás dos piedras cualquiera
de entre los restos
duros del naufragio.
Las sostenés sobre la mano, pequeñas.
Refulgen, desconocidas,
impenetrables.
Cuando acabás de palparlas,
de apenas saberlas,
las bautizás con sus nuevos nombres:
los de otros tantos
sustantivos ahogados.
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