viernes, agosto 28, 2020

IX

 Cuando cede la

                     madrugada

en el instante mismo 

en que la noche

deja de ser 

noche con ovillo

de mañana

te pareciera que ya

debería estar el diario

-pero el diariero sueña

su sueño sin saberte-

y en la espera

te soltás de la sílaba

para llevar los ojos

a hurguetear 

en esos lugares

cubiertos de yuyos


-¿qué es lo que fuga

en esos humedales?-


yuyales

superpuestos y sucesivos

entre los que adivinar

miope

y tomar lo adivinado

como límpida certeza


-como, a lo mejor,

siempre

tendríamos que hacer-


y en ese adivinar nace

mugido que trastabilla,

equivocada boca en procura

del peso deseado.

Vestido otra vez 

de  expectativa

salís a danzar

en plena terraza

lo que creés

es el día.


Nuevamente estafado

por lo no simultáneo

de los tiempos,

te sentás a mirar

un toldo que drena

lo que pesa

como pesa la lluvia

y con el esqueleto

de una palabra

-limadas sus tibias hasta 

marmóreos escarbadientes-

hurgás

en esos huecos

para sacar 

nada.

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